Anticuerpos emocionales contra la Violencia de Género

Durante los meses de confinamiento se ha mencionado mucho el tema del maltrato, aunque tristemente debería ser un tema más presente en todos los ámbitos y épocas de la sociedad. Los maltratadores no descansan ni se cogen vacaciones para ejercer la violencia hacia la mujer.

Se han tenido iniciativas muy bonitas gracias a que las que muchas mujeres han decidido poner fin a la situación del maltrato y otras han logrado salvar su vida, aunque por desgracia esto nunca es suficiente… No será suficiente hasta que el número de víctimas sea 0.

Cada vez que escucho un nuevo caso de violencia de género en el que el maltratador acaba con la vida de la víctima, surge en mí una sensación de tristeza e impotencia, además, no puedo evitar que en mi cabeza resuene eso de “esa podría haber sido yo”.

Desde que surgió el covid-19 no se ha dejado de hablar sobre la vacuna como la salvadora de la humanidad y la esperanza de que vuelva la normalidad… Los expertos insisten en que el proceso de investigación es largo y complicado (que lo es) y que no será cuestión de unos meses… Ojalá se pudiera utilizar un procedimiento similar para acabar con la violencia de género… Que pudiéramos crear una vacuna con los anticuerpos suficientes para protegernos de ella, pero por desgracia las soluciones de los problemas sociales no funcionan así… Sería estupendo… ¿Verdad?

¿Se puede vencer la violencia de género?

La violencia de género es un tema social y como tal, bajo mi punto de vista, ha de solventarse desde los valores y el sistema educativo, cosa que es mucho más compleja que el desarrollo de una vacuna, ya que vivimos en una sociedad que ha tolerado eso durante años.

No hace tanto tiempo que era relativamente normal que un marido pegara a su esposa, es más, si no era una buena mujer estaba haciendo bien al “domarla y corregirla”. Más adelante pasó a considerarse un tema más serio, pero los conocedores de la situación no hacían nada porque lo normal era “lavar los trapos sucios en casa”.

Y no nos confundamos, sigue pasando lo mismo en algunos casos: yo misma he vivido en primera persona como era más que evidente que en mi caso se estaba dando una situación de violencia machista y mis vecinos se limitaban a gritar desde el portal que “dejáramos de armar jaleo”.

Habiendo vivido tantos años con una mentalidad como esta, hace muy difícil que podamos evitar que el maltrato siga viéndose como algo “normal” que forma parte de la sociedad, entonces…

¿Cómo podríamos vencer a la Violencia de Género?

Por supuesto debemos insistir en inculcar valores y transmitir lo que de verdad es correcto desde el sistema educativo, esto es fundamental. Sin embargo, muchas veces no es suficiente por lo que he comentado antes: hemos vivido durante muchos años el maltrato como algo cotidiano y además muchos niños lo ven a diario en sus hogares, con lo que lo terminan normalizando.

Anticuerpos emocionales contra la violencia de género

Lo ideal, además de lo anterior, sería la capacidad de crear en las víctimas poteciales una especie de “anticuerpos emocionales”. Como muy tarde, en la preadolescencia se ha de enseñar a los niños y niñas donde están los límites, porque muchos de los casos de violencia de género no comienzan con el golpe, sino con una forma más pasiva y sutil en la que el maltratador va ganando terreno sobre la víctima hasta que está tan metida en dicha situación que no tiene capacidad para ver y asumir lo que le está ocurriendo.

De este modo el objetivo sería que la víctima pueda interpretar esas acciones sutiles de maltrato y marcar sus propios límites o terminar con la relación antes de que acabe con un maltrato más grave y del que será más difïcil salir, porque una vez dentro… Es realmente complicado, ya que se tarda mucho tiempo en aceptar que estás siendo maltratada y luego mucho más en perder el miedo y dar el paso definitivo de huir o denunciar.

¿Me ayudas a que este artículo llegue a más personitas interesadas? ¡Comencemos a desarrollar los anticuerpos contra la violencia de género!

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Superando las rupturas, las relaciones tóxicas y el maltrato

Después de demasiado tiempo sin escribir, por fin he encontrado hueco para dejar una de esas reflexiones que aparecen por esta cabeza. Hoy no voy a hablar de comunicación, cosa que debería hacer más, pero por desgracia no cuento con demasiado tiempo para hacerlo y cuando algo me apasiona soy bastante exigente conmigo misma, de modo que si no tengo el tiempo que merece para que salga algo en condiciones… Prefiero dejarlo para cuando pueda hacer algo que merezca más la pena.

Durante esta época tan complicada que estamos viviendo y tras el gran encierro, sin duda nuestra cabeza viaja por los lugares más recónditos y le da por reflexionar sobre distintas situaciones y etapas de la vida, de modo que esta vez voy a hablar de las rupturas, aunque mi conocimiento sobre las mismas es el que puede tener cualquier persona que se ha enfrentado a una llorando hasta las mil de la madrugada, escuchando canciones para llorar y comiendo helado de chocolate que se derrite a la vez que caen los lagrimones.

Este último año, tres personas muy cercanas a mi han sufrido una separación, y la verdad es que han sido bastante brutales, el algunos casos incluso tóxicas. Me ha tocado estar presente en cada una de ellas debido a las relaciones que me unen a estas chicas (aunque esto sería cuestionable para mi terapeuta y amigo Antonio López, que diría que estoy ejerciendo mi proyecto y todas esas cosas nuestras).

Mis chicas, como era de esperar, han pasado y están pasando una etapa muy dura tras dejar estas relaciones. Como ya he dicho, algunas incluso podrían calificarse de tóxicas y con dependencia emocional en todo su ser. Poco a poco, pero antes de lo que pensaban, han ido desprendiéndose de esa goma que las hacía retroceder y cada una a su ritmo va redescubriendo esa identidad que quedó masacrada por alguien que no las merecía o simplemente, no era para ellas.

Todo esto me hizo retroceder a años atrás cuando sufrí una ruptura: la ruptura. Esa separación que te duele hasta el encéfalo y que supone un antes y un después en tu vida. Recordé todo lo que aprendí gracias a ella y decidí que quizás era el momento de aporrear mi teclado con ello.

Era jovencita, bastante más que ahora. Me encontraba en una relación de apenas dos años que estaba herida a varios niveles, ¿por qué no le dejaba? Pues por ese enamoramiento incondicional que en algún momento nos ha llevado a todos de cabeza, por esa dependencia que no es sana para ninguna de las dos partes implicadas.

Mi ex pareja había dejado de quererme. Tampoco él tenía el valor para dejarme, y no lo juzgo ni antes ni ahora, soy consciente de que se trata de una situación dura, yo misma me había enfrentado a dicha situación algún tiempo atrás. Es duro decirle a una persona que ya no sientes nada por ella.

La forma de proceder no fue la más correcta, eso sin duda. En este caso fue una infidelidad por su parte que me hizo añicos por dentro. Una infidelidad que traté de perdonar por su insistencia, pero me fue imposible, no pude. Tras algunos días desaparecí de su vida para siempre, algo que tanto él como yo, agradeceremos el resto de nuestras vidas. ¿De quién fue la culpa? No tiene sentido buscar culpables, y mucho menos a estas alturas. Como ya he dicho antes, simplemente no era para mí.

A los dos días de mi pérdida, decidí ir a visitar a mi madre a mi pueblo natal. Sentía que había perdido la partida y volví a la primera casilla para volver a empezar aquel juego: el juego de volver a poner en orden mi vida después del gran desengaño. Pasé unos días como alma en pena sobre el hombro de mi madre y me tocaba volver a la realidad sin aquella pieza que por mi bien debía quedar fuera. En las 7 horas de viaje en autobús me quedé mirando mi reflejo en el cristal mientras caían gotas de lluvia y de repente me ví: pude observar aquel reflejo de mí que estaba roto, despedazado y destrozado…

Dicen que el duelo tiene 5 fases, pues bien, yo las pasé todas en una semana. En aquel momento en el que pude ver mi reflejo, de repente acepté que todo había terminado. Me vi tan sumamente destrozada que en aquel momento comprendí que aquello no merecía la pena, que las personas no eligen querer a alguien o no, que me había esforzado por salvar algo que no existía… Simplemente llegó el momento y reaccioné.

¿Qué puedo decir de aquello? ¿Queda rencor? No. La indiferencia se abrió camino gracias al odio. Sí, el odio me ayudó a superar hasta que se fue desvaneciendo y no quedó nada más que un aprendizaje. Eso sí, hay algo que es capaz de dar lo que nada ni nadie puede llegar a aportar: el tiempo.

A cada persona le llega el momento indicado para reaccionar, el mío fue ese: me tuve que ver reflejada en un cristal en mi viaje de vuelta a una vida que tenía que recomponer, y eso haría. ¿Cuándo llega el ansiado momento en el que dejas de sufrir? Eso depende de la situación y de cada persona, pero siempre llega. Eso les decía a mis chicas y ahora que ha pasado un poco de tiempo, comienzan a recomponerse de esas relaciones que no le hacían ningún bien. Ellas me dicen que tenía razón, y yo resisto el impulso de contestarles con un “te lo dije”. 

Sin duda esta no ha sido la única situación “amorosa” complicada de mi vida. Después de esa, tuve una historia mucho peor en la que no hubo amor realmente y que estuvo marcada por lo más tóxico que puede sentir una persona: la dependencia emocional y el maltrato. Sin duda es mucho más larga y pronto será una historia que vea la luz. Muy poca gente conoce esa fase de mi vida, pero si todo sale según lo esperado, haré de esta historia de violencia de género algo útil para ayudar a otras chicas que estén pasando por situaciones similares. El objetivo será ayudar a otras mujeres a identificar si están sufriendo maltrato.

Sin más me despido por hoy. Preparaos para una nueva historia

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